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La inteligencia ejecutiva

La Inteligencia Ejecutiva

Por primera vez en la historia sabemos que habilidades o funciones nos ayudan a dirigir nuestros comportamientos a metas, ser flexibles, planificar, prestar atención y aplazar recompensas.

La inteligencia ejecutiva y sus funciones ejecutivas son el futuro de la pedagogía. Las habilidades que necesitaremos en el futuro de las escuelas y las organizaciones están dentro de la inteligencia ejecutiva.

Hoy os acerco de forma pionera al campo de las organizaciones un concepto relacionado con la inteligencia, y por lo tanto, algo que será fundamental en la gestión de organizaciones y sus personas en el futuro próximo: la inteligencia ejecutiva. Si algo tenemos claro, es que lo que cambiará la educación y las organizaciones será la combinación entre las investigaciones neurocientíficas sobre el cerebro humano y la inteligencia, y luego las aplicaciones que desde la pedagogía podamos hacer de todas ellas. Con la revolución de la información creímos que todas las soluciones estarían en la tecnología, pero no lo estaban, es en la pedagogía donde se encuentran.  

Todo lo que hacemos lo hacemos mediante la inteligencia, es lo que nos conecta con la realidad, y nos deja soportarla o modificarla, responder a su seducción o buscar posibilidades nuevas. Si su objetivo es dirigir bien la acción, entonces debemos tenerla en cuenta en las organizaciones, donde personas y colectivo buscan la misma solución.

Aunque las funciones ejecutivas llevan tiempo desarrollandose en el ámbito clínico, la investigación de Marina y su equipo las está aplicando al ámbito clínico.

Podemos introducirnos en este concepto de la mano de Jose Antonio Marina, cuya obra La Inteligencia Ejecutiva (Ariel, 2012) recomiendo encarecidamente: 

Durante siglos pensó que la función principal de la inteligencia era conocer. Fue la época dorada de la INTELIGENCIA COGNITIVA. Después se reconoció la importancia de la INTELIGENCIA EMOCIONAL, dada la influencia del mundo afectivo en el comportamiento humano. Muchos síntomas parecen anunciar que estamos en el comienzo de una nueva etapa, que aprovecha todo lo anterior situándolo en un marco teórico más amplio y potente. Desde múltiples campos de investigación emerge la idea de la inteligencia ejecutiva, que organiza todas las demás y tiene como gran objetivo dirigir bien la acción (mental o física), aprovechando nuestros conocimientos y nuestras emociones.

Un concepto aplicable a muchos campos: educación, orientación e incluso organizaciones.

La educación ya está introduciendo las funciones ejecutivas de la inteligencia ejecutiva poco a poco en los programas docentes, ya que se demuestra cada vez con más peso cómo éstas predicen el éxito futuro de las personas, como en el caso de los Niños de Dunedain.    

Tal es la trascendencia en la educación de esta dimensión de la inteligencia que Lynn Meltzer, una experta en temas educativos describía que «el éxito profesional en la era digital está cada vez más ligado con el dominio de procesos tales como planteamiento de metas, planificación, organización, flexibilidad, gestión de la información en la memoria de trabajo, y autosupervisión».

Si deseamos desarrollar en nuestra organización prácticas eficientes que contribuyan a desarrollar a las personas, deberemos de forma inherente reflexionar sobre la importancia de poner la inteligencia ejecutiva al servicio de esta causa. Aquel profesional que imagina muchas opciones, se ilusiona con nuevos cambios, pero nunca lleva a cabo las acciones que permitirán la puesta en práctica,es un «evangelista», no está produciendo cambio alguno en su forma de gestión; su contrario es el «cambiólogo», que transforma ideas y pensamientos en acciones concretas que inciden directamente en el contexto o las personas de la empresa.

Aplicada al liderazgo, la inteligencia ejecutiva nos ayuda a llevar la visión del líder a la acción y de forma efectiva.

Un líder ejecutivo sería así un líder capaz de crear espacios de oportunidad, mover la energía de los demás, y transformar las ideas en proyectos planificados y viables entre otras cosas necesarias para conseguir las metas.

Los expertos defienden que este tipo de inteligencia no solo nos ayuda a trabajar la habilidad para lograr nuestros objetivos, sino que va a contribuir a que desarrollemos un talento para elegirlos, ya que inhibe la impulsividad.

La inteligencia ha supuesto siempre que podamos resolver los problemas, aprovechando la información, y aprendiendo de la experiencia. Gracias a ella nos enfrentamos a los problemas de la vida diaria y el trabajo, que suelen ser de dos tipos: teóricos y prácticos. Ahí reside la clave del avance de la inteligencia ejecutiva, que nos orienta a la resolución de los problemas prácticos. 

La práctica siempre es más compleja que la teoría, por eso necesitamos las funciones ejecutivas.

Los problemas teóricos suelen tener una solución que existe de antemano, por lo que el esfuerzo solo debe ir orientado a la búsqueda de la misma. Por el contrario, los problemas prácticos son más complejos y difíciles de resolver porque en ellos se mezclan ideas, emociones, intereses, expectativas, esperanza y dificultades.

Los problemas teóricos se resuelven cuando encuentro la solución, pero los prácticos son diferentes. No se resuelven cuando conozco la solución, sino cuando la pongo en práctica. Esto es lo más difícil porque entran en juego las dificultades de la situación concreta, los deseos enfrentados, los miedos, las expectativas, los intereses…estímulos que la inteligencia antes no tenía delante.

No cuesta lo mismo descubrir que en nuestro coche se ha estropeado la polea del cigüeñal, que emprender todas las acciones necesarias para solucionar el problema. De ahí la trascendencia del entrenamiento de la inteligencia ejecutiva, solemos tener muchas soluciones a los problemas, pero, ¿ejecutamos alguna de ellas? ¿tomamos decisiones al respecto? Lo que nos permite su desarrollo es pasar de la idea a la acción, de la posibilidad al intento, de la silla al pasillo, de la mirada a la conversación, de la contemplación a la interacción.

Llamamos a esta inteligencia “ejecutiva” porque supone todas aquellas operaciones mentales que permiten bien elegir objetivos, elaborar proyectos, y organizar la acción para realizarlos. Une las ideas con la realización, y supone que “aprendamos a ser libres”.vDe hecho, la investigación actual coincide en afirmar que existe un modelo de inteligencia estructurado en dos niveles:

Dos niveles guían nuestra inteligencia: uno generador y otro ejecutivo.

  • Hay un nivel generador: de ideas, sentimientos deseos, imaginaciones, impulsos.
  • Y un nivel ejecutivo: que intenta controlar, dirigir, corregir, iniciar, apagar, todas estas operaciones mentales, con mayor o menor éxito.

Alguno expertos ponen el ejemplo de un gran navío, donde existe una sala de máquinas (fuentes de energía, instrumentos para captar información, almacenarla y combinarla) y un puente de mando, que es el que escoge en base a unas reglas personales una ruta viable. En el puesto de mando se compara la ruta con las cartas naúticas, ordenes de los superiores, potencia de los propulsores, previsión del tiempo, y así se da el visto bueno o se rechaza la sugerencia de la sala de máquinas.

Los expertos coinciden actualmente en una serie de “habilidades ejecutivas”, que permiten dirigir una acción movida por metas conscientemente elegidas. Si quieres acceder a la última descripción actualizada de estas habilidades funciones puedes hace clic: aquí.

Estas son algunas de las funciones ejecutivas de esta inteligencia

INHIBIR LA RESPUESTA. No dejarse llevar por la impulsividad.

Cuando no existe esta capacidad tendemos a ser más impulsivos, compulsivos, tendemos a actuar de forma más automática y mayor propensión a adquirir malos hábitos. Cuando las personas no desarrollamos esta habilidad no existe juego interno o éste es muy débil, por lo que hay más probabilidad de que seamos esclavos de nuestros deseos, nuestras emociones, y así solemos actuar antes de pensar, cambiamos con excesiva frecuencia de una actividad a otra, en el trabajo tenemos dificultades para organizarnos y solemos necesitar algún tipo de supervisión o control.  

DIRIGIR LA ATENCIÓN. Poder concentrarse en una tarea, y saber evitar distracciones. 

Podemos dirigir la percepción, y entrenarla para buscar información buena para nuestras vidas personales y profesionales. El entrenamiento de ésta facultad nos permite restar automatismos, puesto que el que atiende de forma inteligente prohíbe a su inconsciente a que atienda por él. Cuando estamos atentos monitorizamos, es decir, acompañamos conscientemente todo el recorrido de la acción. Estamos en ella. Cuando aplicamos nuestros recursos afectivos e intelectuales y ésta aplicación es muy grande, y no deja espacio mental para la realización de otras operaciones, decimos que estamos “concentrados”. De ahí la palabra, de un agregado de operaciones. De ahí que existan dos tipos de atención: voluntaria (propia de la inteligencia ejecutiva y dirigida por nuestros proyectos) e involuntaria (dirigida por las necesidades y el estímulo).

CONTROL EMOCIONAL. Capacidad para resistir los movimientos emocionales.

Entre las dimensiones de la inteligencia emocional, el autocontrol supone ser dueño de una emoción. Esto representa una habilidad ejecutiva, pues la respuesta a una emoción esta revisada, aceptada o rechazada.

PLANIFICACIÓN Y ORGANIZACIÓN DE METAS.

La creación de metas, su planificación y organización, es una de las funciones de la inteligencia. Suelen provenir de dos fuentes principalmente: el deseo, y la sociedad (modos de vida, normas, proyectos empresariales, sociales y políticos). La inteligencia ejecutiva permite sustituir las metas inmediatas (de placer urgente) por metas lejanas.

INICIO Y MANTENIMIENTO DE LA ACCIÓN. Implica rapidez o lentitud en comenzar una tarea y mantenerla en el tiempo.

Las personas que no tienen desarrollada esta habilidad tienen una gran dificultad para iniciar la tarea. Pueden tener muchas ideas, ilusiones, proyectos y motivaciones, pero se quedan sentados y ven como pasan de largo cada uno de sus anhelos.

En la procrastinación, el hábito de polstergar todo, sucede esto mismo. Tendemos a “dejarlo todo para mañana”, lo que puede producir graves perturbaciones de la vida diaria.

FLEXIBILIDAD. Capacidad de cambiar la estrategia, aprender cosas nuevas o aprender de los errores.

Las personas que no poseen esta habilidad son rígidas en sus comportamientos normales, no suelen ser muy flexibles en la conceptualización de los asuntos, con la llamada “enfermedad de las categorías”, que dificulta el aprendizaje de cosas nuevas, e incluso con el “fanatismo” que impide cambiar de creencia a pesar de tener evidencias en contra. El mecanismo de los prejuicios hace que se mantengan, porque el sujeto sólo percibe aquello que corrobora el prejuicio, pero no lo que lo invalida. Suelen ser incapaces de reconocer los errores y aprender de ellos, asunto de extremada importancia para progresar.

MANEJO DE LA METACOGNICIÓN. Reflexionar sobre nuestro modo de pensar o de actuar, con el fin de mejorarlo.

Un privilegio humano, el de hablarse a uno mismo y conformar un sistema de autoevaluación que se modela a si mismo. Un yo, y un otro yo que le habla. Es una actividad reflexiva, es decir, la atención enfoca la actividad mental que he realizado.

Aun así, ¿es suficiente con entrenar estas habilidades? La respuesta para Jose Antonio Marina es que deben ir acompañadas del esfuerzo si deseamos obtener resultados:

INTELIGENCIA EJECUTIVA =
HABILIDADES EJECUTIVAS X ESFUERZO

En esta fórmula, encontramos la esencia de la inteligencia ejecutiva, puesto que entra el esfuerzo en el desarrollo de cada una de las debilidades. Los expertos relacionan con mucha trascendencia el concepto de disciplina con el desarrollo de las habilidades ejecutivas. Debemos trabajar para que las personas pasen de la disciplina a la autodisciplina, de la regulación impuesta a la regulación voluntaria.

¿Que te parecen estas habilidades? Pues en nuestro modelo las aplicamos para mejorar el liderazgo.

Nos vemos en la acción 😉

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