AUTOMATISMOS: PARTE I
Es bien diferente hacer algo porque quieres, es decir, porque nadie te obliga, a hacer algo queriendo, es decir, con atención, intención y razón presentes e inteligentes.
Siempre que comenzamos una nueva temporada, las personas nos planteamos una serie de metas y retos a cumplir en este nuevo curso que nos espera. Está bien plantearse todo esto, y yo siempre soy partidario del cambio, y de que cada periodo que una persona empieza, debe estar acompañado de una decisión rotunda de apertura y de querer incluir nuevas relaciones sociales, nuevos pensamientos, nuevas experiencias de aprendizaje, etc. Se trata ni más ni menos de reflexionar sobre la posibilidad de adoptar nuevas formas de pensar, de aprender, de gestionar emociones y de cambiar hábitos. Esto es algo que, al fin y al cabo, incrementa nuestra flexibilidad al interpretar todos los acontecimientos de la vida.
Optar por nuevos escenarios es lo que nos permite el desarrollo continuo de nuestra personalidad, nuestro conocimiento y nuestra ética. Las personas heredamos una personalidad, aprendemos otra y escogemos otra, así lo definen los expertos. Es en ésta última donde residen los rasgos que queremos cambiar, ya que la de las dos últimas es más difícil desprenderse. Sin embargo, una cosa es la intención, y otra bien distinta la acción o voluntad final para cambiar toda esa serie de cosas. Por ello vamos a dedicar esta entrada a un fenómeno presente en la vida personal y profesional, y cuyos efectos limitan el cambio en las personas y organizaciones: el comportamiento automático.
Ellen Langer es una de las investigadoras de este fenómeno. Es profesora de psicología de la Universidad de Harvard y ha dedicado sus estudios a la ilusión de control, la capacidad de decisión, el envejecimiento y la práctica del mindfullness. Estudia el comportamiento automático porque le preocupan los costos físicos y psicológicos que pagamos por la omnipresencia del automatismo, y por el contrario, los beneficios de un mayor control sobre nuestra conciencia. Cuenta en uno de sus libros como empezó su labor tras el diagnóstico erróneo de su abuela por parte de unos médicos. Éstos trabajaban de una manera muy automatizada, lo que hizo que dieran un diagnóstico rápido y equívoco, por no atender al contexto, la situación y las condiciones particulares de la persona que trataban. Estaban trabajando de forma automática…pensaban, pero no estaban presentes, no tenían atención plena.
Cuando nos comportamos de forma automática recibimos y utilizamos señales limitadas del mundo sin permitir que entren otras nuevas. No estamos muy alejados del «instinto» de un animal, cuando actuamos de forma automática. Actuamos en base a antiguos patrones para abordar información nueva lo que produce desajustes en tanto que la información nueva suele darse en contextos nuevos que necesitan de nuevos procesos de recepción, almacenamiento y revisión de la información. A pesar de que parezca que su aparición es fruto de la repetición prolongada de una acción (como el síndrome del call center), no surge solo por la repetición constante de una acción, puede surgir casi instantáneamente.
¿Es lo mismo automatismo que procesamiento automático?
No debemos confundir el automatismo con el procesamiento automático, esto es, cuando después de una extensa experiencia con una tarea o tipo de información, alcanzamos un estado en el que desempeñamos la tarea o procesamos la información de manera similar, sin esfuerzo, de forma automática e inconsciente. El automatismo supone abordar la información sin previa reflexión, con referencia a cómo se hacía en el pasado, y con los costes pertinentes si no se realizaba de forma adecuada. En el procesamiento automático queremos que suceda esta automatización porque conocemos bien la tarea, y esto nos ahorra una gran cantidad de esfuerzo. En los procesos de aprendizaje estaríamos hablando de la última fase, cuando desde el punto inicial de la incompetencia inconsciente hemos llegado a la competencia insconsciente de la tarea requerida.
Las reglas y leyes con las que tratamos primero de entender el mundo terminan por darnos una perspectiva rígida y subjetivada. Nos aferramos. Aprendemos determinadas acciones con tanta repetición que se van de la conciencia, y es difícil describir el proceso paso a paso de una forma pausada, olvidamos el cómo. Si a un mecanógrafo experto y otro principiante le pidiéramos que escribiesen un texto sin espacios, tardaría más el experto. Porque siempre pone espacios. Una estructura o ritmo familiar contribuye a la pereza mental, actuando como señal de que no es necesario prestar atención. Nos arrastra al automatismo el ritmo de lo familiar.
Los actos que no son forzados son voluntarios, piensa en todo lo que haces en tu trabajo y en tu vida personal de forma voluntaria: casi todo, ¿no? Sin embargo, existe una diferencia entre un acto voluntario y lo que los expertos llaman un acto volitivo. Esta palabra proviene del latín y su traducción está directamente relacionada con el verbo “querer”. La RAE afirma que volitivo es aquello relacionado con los actos y fenómenos de la voluntad. La voluntad, por su parte, es la facultad de decidir y ordenar la propia conducta.
Una conducta volitiva refleja la concreción de los pensamientos de una persona en actos. De esta manera, supone la libre elección de seguir o rechazar una inclinación, en una decisión donde interviene la inteligencia. De ahí la diferencia trascendente, en la vida personal actuamos muchas veces desde el automatismo, sentimos las mismas emociones ante las mismas situaciones y no reflexionamos sobre la información que nos llega. Cuando actuamos volitivamente está interviniendo la inteligencia, no el inconsciente, donde muchas veces se albergan los estereotipos, las atribuciones, la indefensión y otros procesos sociales.
Los actos que no son forzados son voluntarios, piensa en todo lo que haces en tu trabajo y en tu vida personal de forma voluntaria: casi todo, ¿no? Sin embargo, existe una diferencia entre un acto voluntario y lo que los expertos llaman un acto volitivo. Esta palabra proviene del latín y su traducción está directamente relacionada con el verbo “querer”. La RAE afirma que volitivo es aquello relacionado con los actos y fenómenos de la voluntad. La voluntad, por su parte, es la facultad de decidir y ordenar la propia conducta.
Una conducta volitiva refleja la concreción de los pensamientos de una persona en actos. De esta manera, supone la libre elección de seguir o rechazar una inclinación, en una decisión donde interviene la inteligencia. De ahí la diferencia trascendente, en la vida personal actuamos muchas veces desde el automatismo, sentimos las mismas emociones ante las mismas situaciones y no reflexionamos sobre la información que nos llega. Cuando actuamos volitivamente está interviniendo la inteligencia, no el inconsciente, donde muchas veces se albergan los estereotipos, las atribuciones, la indefensión y otros procesos sociales.
En la vida profesional, una vez se institucionalizan unas prácticas, y se convierten en rutina de trabajo, conllevan al asentamiento de creencias, conductas y formas de trabajo que si no existe toque de atención permanecerán mucho mucho tiempo en la empresa. Si crees que no es así, te suena la expresión «es que aquí siempre lo hemos hecho así», o «la verdad es que nunca me he preguntado porque lo hacemos así»…¿cuántos superiores actuaban de esta manera y te arrastraban a trabajar de un modo que para ti no tenía sentido alguno? ¿Cuántas cosas al día haces poniendo atención plena en los deseos e intenciones que hay en ellas?
Reflexionar sobre esto es un esfuerzo de autoconocimiento necesario para liderarse mejor a uno mismo.
Reflexionar sobre esto es un esfuerzo de autoconocimiento necesario para liderarse mejor a uno mismo.
He dividido el tema en tres partes para evitar extenderme demasiado. En las próximas entrada veremos porqué se produce este tipo de comportamientos, para luego ver los costos que tiene sobre el individuo con el fin de poder evitarlos.
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