¿Profesionalizar humanos y humanizar profesionales? Técnica e integridad
¿Hacia que escenarios debe dirigirse principalmente la formación de nuestros profesionales?
¿Estamos llegando a una situación en la que es necesaria una reformulación de los pilares sobre los que diseñamos nuestras políticas de educación y formación?
El otro día me llamó la atención una noticia que RRHHdigital publicaba bajo el título «La escuela europea de Coaching descubre el poder de usar el perdón«.
Cuando pensamos en las competencias que un profesional ha de adquirir para desarrollar sus funciones de manera competente no solemos pararnos a reflexionar sobre temas como estos. Si bien es cierto que el impacto de la psicología positiva, y conceptos como la inteligencia emocional, han ampliado las dimensiones a tener en cuenta a la hora de valorar la competencia de un profesional.
Quien podría decir hace unas décadas que veríamos artículos relacionados con virtudes como la templanza u otras. Yo escribo esta entrada para reflexionar sobre una que me parece francamente necesaria, y que se relaciona estrechamente con conceptos que barajamos día a día en el seno de cualquier organización: la integridad.
Pretendo reflexionar sobre la importancia que tiene esta cualidad a la hora de formar personas y profesionales afines a unos valores y principios muy concretos, que sujeten sus aptitudes, actitudes y conocimientos futuros. Si las personas actuamos en base a lo que hemos llamado «principios», es porque éstos son el origen de todo, de ahí lo de principio.
La integridad supone que la mente diga «sí», y el corazón y la mano digan «sí»; supone que la mente diga «no», y el corazón y la mano digan «no». Cuando una persona íntegra dice «sí», es un «sí», cuando dice un «no», es un «no».
España ocupa el puesto número 39 en el ranking mundial de innovación recogido en el Informe Global de Competitividad 2011-2012 elaborado por el Foro Económico Mundial de Davos. Esto da que hablar, puesto que si los esfuerzos constantes por las diferentes reformas en la educación han ido orientados a crear masas de profesionales altamente cualificadas y competitivas, algo ha debido fallar en su trasvase a la red empresarial española.
Además de esto, tenemos una tasa de sobre cualificación muy elevada, y constantemente salen a la luz porcentajes escandalosos de los estudiantes de nivel superior que se encuentran en situación de desempleo por falta de demanda de trabajo por parte de las empresas. Es decir, un esfuerzo constante y enfocado casi exclusivamente hacia la técnica no ha resultado.
Ahora bien, si nos encontramos en la situación que nos encontramos es porque las generaciones que nos han precedido no han sabido constituir un sistema más justo, sostenible y humano, acorde a las necesidades de su sociedad.
La crisis ha puesto al descubierto que instituciones que a priori parecían «competentes», han resultado ser círculos profesionales politizados y con una amplia carencia de sentido e integridad moral.
Como hace poco decía José Aguilar, «Lo bueno de las crisis es que muestran las verdaderas intenciones de las personas, de las organizaciones y de las sociedades, porque en época de crisis no cabe esconderse detrás de las palabras». La Integridad es una cualidad que siempre se pone a prueba en las situaciones difíciles y que requieren de una toma de decisión de trascendencia.
¿Qué ha faltado entonces aquí? ¿Hemos enfocado la formación y educación de las últimas generaciones en exclusiva al rendimiento, al éxito, a la eficiencia y al consumo? Me parece que hemos olvidado algún que otro ingrediente, que si no acompaña a la técnica, produce profesionales competentes y flexibles, pero éticamente poco responsables en muchos casos.
Y ya no es tanto cuestión de falta de ética, sino de constancia y determinación, en sujeción a unos principios muy concretos, a unos valores universales y aplicables a cualquier organización.
«La ética es, ante todo, una lógica de acción que debe conjugar pragmatismo, responsabilidad y una reflexión moral. Debe dirigir a los hombres y, al mismo tiempo, evaluar cuáles son sus resultados y su satisfacción…no es mirar al bien o el mal, sino de reflexionar sobre las consecuencias de los distintos puntos de vista y de nuestras decisiones, especialmente de las que amenazan con perjudicar el equilibrio, la integridad y la dignidad de los sistemas humanos.
Administrar empresas con ética es respetar la ecología de los sistemas humanos y que todo lo que hacemos entra en una dinámica de interacciones que pueden tener el efecto inverso al deseado. ¿para qué sirve continuar respondiendo al conflicto con más conflicto?»
Paul Watzlawick
La integridad por su parte es «el valor que nos damos. Es nuestra capacidad para hacer y cumplir compromisos con nosotros mismos, para “hacer lo que decimos” Su disciplina proviene de su interior; es una función de su voluntad independiente. Usted es un discípulo, un seguidor de sus arraigados y propios valores, así como fuente de los mismos, y usted tiene la voluntad, la integridad para subordinar a esos valores sus sentimientos, sus impulsos y su estado de ánimo»
(Stephen Covey, Los siete hábitos de las personas eficaces)
Los valores que vemos en las películas, escuchamos en las canciones, leemos en los libros y observamos en la sociedad y otras personas no se mantienen a lo largo del tiempo, ni proyectan su efecto en la sociedad si no es a través de la integridad. La ética nos dice que estos principios o valores son los adecuados según un sistema moral, la integridad permite mantener su defensa, su conservación y apoyo para no actuar de forma dispar.
Cuando alguien conserva esta cualidad, está decidiendo voluntariamente mantener firmemente sus principios como raíz de cada conducta que realiza en sociedad. La integridad supone que una persona dibuje una línea recta, y a partir de ese momento cada día escriba, sin salirse, la actitud que va a tomar ante una determinada situación que requiere de una elección personal.
La persona que no es íntegra divide la orientación de todas las dimensiones de su vida (actitud, voluntad, deseos, motivaciones, expectativas, metas, etc.) entre sus diferentes subpersonalidades, que la hacen divagar confusamente por su interior. Muchas veces, el juego de diferentes roles complica su desarrollo. Si una persona decide ser «una persona justa», no será la misma justicia la que aplique en su empresa, o con su pareja o como padre de un hijo.
Si bien puede definir unas bases, sobre las que actuar y que sirvan de alarma para advertir que en algún momento no está siendo todo lo justo que debería.
La bonhomía del hombre se distrae con la misma facilidad con que el individualismo enferma al altruismo.
La integridad por su parte implica transparencia en las relaciones personales y profesionales, el comportamiento de cara a los demás, la conducta observable, es coherente con los principios que una persona defiende.
Está muy relacionada con un concepto tan fundamental como la confianza. Las personas, las empresas, y como tal los líderes que actúan de forma íntegra tienen comportamientos más previsibles y es más fácil proyectar expectativas en ellos.
Esto, sin duda alguna, da pie a que la confianza se desarrolle de una forma natural en un clima organizativo. Las personas notamos cuando alguien actúa de forma diferente a sus sentimientos, a sus principios, y esto causa siempre un efecto perverso en el mantenimiento de las relaciones profesionales. Con el contexto actual, son muchos los profesionales que tienen un conflicto inter-rol, ya que están en comunicación constante con varios escalones de la estructura jerárquica.
Withmore defiende que las personas crecemos a través de dos dimensiones, que para lo que nos interesa, deben ir guiadas por la ética y la integridad. El eje horizontal de esta gráfica refleja el éxito material y el vertical, los valores o las aspiraciones individuales:
Los que se centran demasiado en el eje vertical son más místicos, contemplativos, pero a veces tiene una visión demasiado apartada de la realidad material. Su economía suele ser caótica. No consideran la ambición y no entienden a figuras como los empresarios. El exceso en este eje puede llevar a crisis de dualidad, debido a la gran divergencia entre la visión idealista y la dureza de la realidad de la vida cotidiana.
Los que se centran en el eje horizontal, suelen ser más de cultura occidental. Éstos han logrado un desarrollo material logrado con éxito y entusiasmo. Sin embargo, si se tiende demasiado, y se olvida el desarrollo personal, aparece la crisis del sentido.
Solemos caer en estado de confusión y el rendimiento aumenta. También tiene que ver con la constante acumulación de conocimientos y habilidades (dejando el desarrollo personal a un lado). Ante la crisis, se desmorona el falso sentido de seguridad que nos proporcionaba la ilusión de poder y de certidumbre que nos da el conocimiento.
La ética e integridad ayudan a mantenernos en la línea que forma 45 grados con el eje horizontal y vertical, el equilibrio. Al fin y al cabo no es más que una elección personal, de llevar una actividad diaria, en la vida y el trabajo, encofrada en principios y valores que se consideran necesarios en un sistema social.
Cuesta mucho menos no ser íntegro, y de ahí que constantemente saltemos de un lado al otro de la integridad, olvidando la línea recta. Además de a la confianza, la integridad ayuda a otra dimensión: el sentido.
Cuando una persona anhela una meta, un proyecto o simplemente a otra persona, y construye su sentido en base a ella, la integridad ayuda a sostener el esfuerzo en esa dirección. Parece pues, de un profundo sentido común afirmar que las personas que viven y trabajan con integridad, buscan mejor su sentido, porque la primera les ha dicho en base a qué tienen que buscar.
En las empresas, como entes con personalidad propia, pasa muchas veces lo mismo que con las personas. En un reciente artículo publicado en Compromiso RSE y titulado «Existe un divorcio entre la reflexión teórica sobre RSC y su aplicación práctica», José Aguilar reflexionaba sobre la importancia de que las empresas no lleven a cabo sus políticas por «exigencias del guion». La entrevista a José Aguilar os podrá aportar cosas muy interesantes al respecto.
Para José Aguilar, la crisis financiera, que se ha convertido en una crisis social, tiene en su origen una crisis ética. «Si realmente la crisis tiene un origen ético, la solución también tiene que ser ética». Esta reflexión deja patente lo que señalábamos al principio: la formación de nuestros profesionales ha de nutrirse de «algo» que a las generaciones anteriores les ha faltado, y que va más allá de lo que habíamos definido como ética profesional.
Esta última la relacionaría con la «competencia correcta», que no salta el marco moral y ético propio de un ejercicio profesional. De lo que hablamos, no obstante, es mucho más profundo, y sugiere que las prácticas, culturas organizativas y los sistemas organizativos tengan en cuenta unas raíces profundas, alimentadas con principios y valores mínimos y necesarios, más relacionados con una perspectiva alocéntrica, que no egocéntrica.
Afirmaría que actuaran con «humanidad», pero creo que queda patente que utilizar ese adjetivo como expresión inherente a la condición de existencia no tiene ahora cabida.
Para José Aguilar las empresas se ocupan de producir servicios y bienes, y es solo en el momento a partir de la llegada de excedentes, cuando se plantea ser socialmente responsable. Esto muestra una falta de integridad y sentido en su constitución, ya que las empresas podrían funcionar desde su constitución como agentes productores, pero también como procuradores de bienestar más allá de su función empleadora y generadora de riqueza.
Según esta visión, lo profesional y técnico es ganar dinero y lo ético es gastarlo. «Si hasta el momento en que gano dinero mis criterios fundamentalmente son profesionales o técnicos y la ética empieza en el momento en que hay excedentes ¿Cómo puede una empresa ser socialmente responsable?», se pregunta el experto.
Parece obvia la respuesta a la pregunta que esta entrada lleva como titular. Todo el que forma, o influye en los demás a través de su actividad profesional, debe preguntarse si es necesario añadir a la técnica una base de ética, responsabilidad y valores.
De esta forma estará construyendo un profesional competente para su empresa, pero además para su sociedad y lo que es más importante, para sí mismo. La universidad por ejemplo, podría jugar un papel muy relevante, a través de diversas líneas de trabajo. Hay una frase que me gusta mucho, y que dice «Lo que se les dé a los niños, los niños lo darán a la sociedad», de Karl A, Menninger.
Como siempre, ¿tú que opinas? ¿profesionalizamos humanos o humanizamos profesionales?